miércoles, 2 de noviembre de 2005

Relato: DIAL H FOR HERO (CAPÍTULO 3)

En anteriores capítulos:
DIAL H FOR HERO (Capítulo 1)
DIAL H FOR HERO (Capítulo 2)

Oscar Filch trabajaba en el bufete de abogados de Usher, Naylan y Alcott como ayudante de contabilidad. Era un chico de 31 años, de carácter tímido y reservado, a lo que ayudaba un ambiente de trabajo bastante recto que tampoco le permitía confraternizar mucho con sus compañeros de trabajo. De todas maneras había entablado amistad con una compañera, Mary Durban, con quien había ido a comer un día, charlando cada uno de sus cosas. Ella trabajaba como abogada en el mismo bufete, y recientemente había sido salvada por Punisher del ataque de un psicópata (o al menos eso era lo que sabía él). Pero desde aquel incidente la notaba muy rara, y decidió invitarla a comer un día para comentárselo.

Normalmente Mary siempre había sido una mujer nerviosa y vivaracha, pero últimamente se la veía decaída y apática. Oscar, tras pedir el menú en el restaurante, decidió preguntarle directamente:

- Mary, ¿qué te pasa? Últimamente te veo bastante triste desde que te pasó aquello con Punisher.

- No es nada Oscar. Simplemente que aquello fue una experiencia bastante fuerte, y encima no ha ayudado mucho la presión a la que me veo sometida en el trabajo.

- Deberías de coger la baja. Quizás unos días de descanso te vayan bien.

- No es nada Oscar. No te preocupes, ya verás como se me pasa.

- Bueno, bueno, como quieras. Es que te aprecio y me sabe mal verte así.

Ella lo miró durante un instante en silencio y luego sonrió:

- De verdad que no tienes de que preocuparte Oscar. Muchas gracias.

- Vale, pero quiero que sepas que si está en mi mano ayudarte en lo que buenamente pueda, mi ayuda la tendrás. Y no te preocupes que si es algo de lo que no tiene que enterarse nadie, seré discreto. Cualquier cosa por una amiga.

Mary lo miró como si lo estuviera analizando, como si estudiara si de verdad podía confiar en él o no. Al final dijo:

- En este sitio hay personas que nos pueden oír, vámonos a mi casa.

- ¿Eh? –dijo sorprendido Oscar. Y es que Mary era una mujer casada, y aunque a Oscar siempre le había parecido lo suficientemente guapa como para tener una aventura sexual con ella (tampoco nada más), no quería verse metido en problemas.

- Tu tranquilo –dijo ella, como leyendo sus pensamientos- Mi marido no viene a comer a casa al mediodía. Además, lo que te voy a enseñar te gustará.

No, aquello no podía ser. Era inconcebible, pensó Oscar. Lo que le pasaba a Mary era que debía de habérsele juntado su reciente incidente con Punisher, alguna crisis en su casa más la presión del trabajo, y ahora ella estaba a punto de desfogarse con el primero que tenía delante, y en este caso era él. ¿Se iba a convertir en su amante? ¡Ui, ui, ui, más le valía que se fuera con ojo e intentara evitar problemas!

- Mary, ¿estas segura? Es que no quiero que pienses lo que no es, porque si es lo que creo que es, a mí también me gustaría, pero prefiero no verme metido en problemas con tu marido.

- ¿Qué? Ja, ja, ja, ja, no me hagas reír. No, no es eso. Me sorprende que a cuenta de lo mío me hayas dicho que te gusto.

- Pero... pero... ¿no es...?

- Te aseguro que acostarme contigo sería ahora el menor de mis problemas, aunque todo se puede mirar, porque la desesperación te hace realizar locuras.

Tras eso salieron juntos del local y se dirigieron a casa de ella. No se cruzaron ninguna palabra por el camino, pese a que Oscar estaba alucinado, porque tras sus últimas palabras ya no sabía que pensar. ¿Es que Mary se había vuelto loca?

Al llegar a su casa ella lo llevó directamente al dormitorio, con lo cual si Oscar ya estaba nervioso por el camino, en ese momento estaba ya directamente histérico:

- Mary, será mejor que te tranquilices, no hagas nada de lo que después nos tengamos que arrepentir.

- Calla idiota, y mira.

Se desabrochó la blusa y se la sacó, quedándose sólo con el sujetador de cintura para arriba. Entonces fue cuando se percató de que tenía algo entre las tetas. ¿Es que se había guardado el móvil ahí? ¿Era eso lo que quería enseñarle? Se sacó del canalillo aquel objeto, que no era un móvil pese a ser del tamaño de un ratón de ordenador (quizás un poco más pequeño) y plano como un reloj de pulsera. Parecía un dial como el de los antiguos teléfonos, pero en lugar de números tenía cuatro teclas: H-E-R-O.

- Esto lo tenía Sam Scott, alias el Diacono y alias Satánico Pandemonium, cuando me atacó. Esto fue lo que le otorgó los poderes.

- Mary, tú eres abogada y eso es una prueba. Tenias que haberla entregado.

- Lo pensé Oscar, pero no te imaginas lo que hace –y tras decir eso apretó las teclas.

Aquello era increíble. Generalmente Oscar se vanagloriaba de tener bastante imaginación, pero jamás habría pensado en algo así. Mary estaba frente a él, pero ya no era la misma. Ahora tenía el cuerpo más atlético, y una cinta para el pelo le cubría una melena que había crecido hasta caerle por los hombros. Por su parte un ajustado pantalón violeta marcaba su estupendo cuerpo de cintura para abajo, mientras que de cintura para arriba un sujetador del mismo color que el pantalón resaltaba sus hermosos pechos. Dos cintas también violetas estaban anudadas a sus brazos, mientras en sus manos tenía ella dos dagas que empezó a mover con una agilidad pasmosa. Se parecía mucho a Elektra.

- ¡Dios Mío!, ¿qué te ha pasado?

- Te lo dije Oscar. Este dial otorga poderes de superhéroe a quien aprieta las teclas HERO. Sólo tienes que volver a apretarlas para volver a la normalidad. Y cuando las vuelves a apretar, te transformas en otro superhéroe diferente. Y así tantas veces quieras.

- Ya lo entiendo, por eso estabas tan cansada. Te has dedicado a jugar a los superhéroes sin decirle nada a nadie. Te estas arriesgando, es un juego muy peligroso. Gente como los Vengadores o los Cuatro Fantásticos estan preparados, pero no puedes esperar que tú seas lo mismo de la noche a la mañana.

Mary apretó las teclas y volvió a la normalidad.

- Tienes razón Oscar. Estoy poniendo en peligro mi matrimonio, mi trabajo y mi vida con esto. Llévatelo y deshazte de él.

- Actúas con sensatez, lo cual...

- Pero antes voy a probarlo una última vez –y diciendo esto apretó nuevamente las teclas. Esta vez el cambio, en principio, pareció ser sólo a nivel de vestuario, porque apareció vestida con un traje de spandex negro y azul parecido al de la Chica Invisible de los Cuatro Fantásticos. Pero de repente otra Mary apareció a su lado. Y luego otra. Y otra. Se estaba clonando a voluntad.

- Soy Clonex, la mujer múltiple. Mira que he experimentado poderes, porque he tenido superfuerza, agilidad, velocidad, invisibilidad,... pero no había tenido aún el don de la ubicuidad.

- Resulta curioso –dijo uno de los clones.

- Si, porque todas somos la misma –dijo otro.

Entonces Oscar, viendo las posibilidades de lo que este último cambio le ofrecía, le dijo:

- ¿Hacemos el amor?

- No, no eres mi tipo. –dijo la Mary original- creí que eso ya había quedado claro.

- No, me refiero con una de tus copias. Cuando vuelvas a apretar las teclas, desaparecerán. Vale que estas casada, pero si técnicamente me acuesto contigo sin ser tú, aunque seas tú, no le eres infiel a tu marido. Total, ¿qué te cuesta? Concédeme esta fantasía...

Uno de los clones de Mary se acercó a Oscar y le besó. Mientras se desnudaban la Mary original le dijo:

- Me voy a la calle. Tienes media hora. Tras eso apretaré las teclas para volver a la normalidad y tiraré el dial por el puente de Brooklyn.

Oscar no quería más, y no necesitó más. Él había visto en Mary una fantasía sexual, y esta quedó totalmente saciada tras aquello. A la media hora la Mary que estaba sobre él se evaporó, dejándolo sólo en la habitación. Poco después llegó la Mary original:

- Ya está. Ha acabado. Estuvo bien mientras duró aunque era muy arriesgado. Pese a todo me lo pasé bien, porque los primeros días le detuve los pies a unos cuantos gamberros gracias a mis habilidades. Pero tenias razón, no podía seguir así. Gracias por tu consejo, espero que también estés contento con lo que has recibido a cambio –le dijo con una sonrisa maliciosa en los labios- Este será nuestro mutuo secreto.

-Vale. –contestó Oscar devolviéndole la sonrisa.

Tras su experiencia como superheroína, Mary Durban siguió trabajando como abogada y continuó felizmente casada. Oscar, por su parte, siguió con su vida normal, aunque cada semana solía salir al mediodía a comer con Mary, momento que aprovechaban los dos para que ella le contara las experiencias que vivió en su breve temporada con habilidades especiales.

EPILOGO

El Rino siempre había sido un villano al que acudían cuando no quedaba nadie más, porque generalmente como era una persona de pocas luces, más valía darle una orden directa porque... sus neuronas no daban para más. En este caso le habían dicho que siguiera sigilosamente (algo raro en él...) a Mary Durban, porque Kingpin sospechaba que ella tenía un objeto (un dial dorado con las teclas HERO) que él quería. Aquella noche la siguió hasta el puente y la vio lanzar el chisme ese.

Las ordenes de Kingpin habían sido muy precisas, en cuanto se supiera que la Sra.Durban tenía el dial, había que arrebatárselo, por las buenas o por las malas. Pero como en este caso ella misma era quien se había deshecho de él, Rino llamó y recibió las ordenes precisas. Olvidarse de Mary Durban, ella ya no formaba parte de la ecuación. Ahora lo que tocaba era ponerse el traje de buzo y tirarse al agua en busca del dichoso aparato.

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