sábado, 31 de enero de 2015

SHERLOCK HOLMES E IRENE ADLER: EL PRIMER ENCUENTRO (relato)

¿Os acordais que hace bien poco tiempo os descubría mi pasado como narrador de fan-fics y os descubría una historia mia prevía al nacimiento de este blog que hacía un crossover entre Spiderman y Sherlock Holmes? En ese post citaba dos historias previas mias con el famoso detective de Baker Street de protagonista pero que yo pensaba ya perdidas (porque vieron la luz a principios de los años 90 tan solo en el boletin interno de los miembros del Círculo Holmes, y lejos aún de imaginar el actual internet para hacerlas públicas)

Pues bien, sabedor de mis anhelos un buen compañero de aficiones me los ha pasado en formato de word: a continuación os dejo con el primero, que escribí en 1993, en plena efervescencia de mi pasión por el personaje, y claramente influenciado por la película El secreto de la pirámide (de ahi el banner bajo el cual teneis el relato) Lo que hace 22 años fue solo para unos pocos, ahora es para todos.


Resulta curioso que mi primer caso aún no sea conocido por el mundo. Mi amigo Watson no tiene ninguna anotación de esta historia, por lo que me veo en la obligación de coger la pluma para relatarlo yo mismo.

Todo comenzó en octubre de 1872. Mis padres me habían matriculado en el Christ Church College de Oxford, un centro de estudios donde ese año se decidió experimentar una nueva proposición de un joven político llamado Gladstone, que chicos y chicas compartieran estudios. Eso provocó que una muchacha, llamada Irene Adler, fuera a mí clase.

Yo tenía 18 años, y mi poca afición a comunicarme con los demás me había llevado a ser una persona con escasos amigos. Y no sería exagerado decir que mis estudios iban más adelantados que los de mis compañeros, sólo por que yo les dedicaba 16 horas diarias. El hecho, por lo tanto, de que llegara Irene Adler me cambió bastante, ya que nada más conocerla experimenté la dulce sensación del amor. Yo nunca había tenido necesidad de galantear con chicas, como habían hecho ya la mayoría de mis compañeros, pero sentía que con Irene tendría que ser diferente.

Con el consejo de uno de mis pocos amigos, le escribí una carta expresándole mis sentimientos. Ello provocó que un día se sentara a mí lado en la mesa de la biblioteca, donde yo me ponía a estudiar:

—Hola, ¿tu eres Sherlock Holmes, verdad?
—Sí —le contesté
—He oído comentar por ahí, Holmes, que estás enamorado de mí. Me lo dijo un chico llamado Victor Trevor.
—¿Y qué piensas tu, Irene? —le pregunté,
—Quiero ser sincera contigo, Holmes. Actualmente hay un chico que me quiere y al que yo también quiero mucho. Por lo tanto sólo podemos ser buenos amigos,... siempre que no te sientas ofendido,
—No, pero... ¿quién es ese chico?
—William Moriarty, el hijo del maestra de matemáticas.

Entonces lo comprendí. El profesor James Moriarty me había dado clases durante el verano de ese año, pero al final me dejó por imposible, debido a que acabamos odiándonos mutuamente. Su hijo, William, era como el padre, pero además se las daba de importante.

Era un chico atractivo y que le gustaba galantear con todas las muchachas que pasaban por su camino, por lo que en el fondo no me extrañó que Irene y él fueran novios. La conversación que tuvimos en la biblioteca Irene y yo tuvo lugar a finales de noviembre. Desde entonces fuimos buenos amigos, y solíamos visitarnos mutuamente. Yo la quería, pero no volví a hablarle de mi amor. Todo iba bien hasta que a mediados de diciembre comenzaron los problemas. El primero que me informó fue mi amigo Victor Trevor, que me había ayudado a escribir la carta a Irene. Un día, al salir de clase de química, me dijo:

—Holmes, Irene me dijo que quiere hablar contigo en su habitación Es urgente
—De acuerdo, ahora mismo voy.

Al llegar a su habitación llamé tres veces a la puerta, pero nadie me contestó. Al girar el picaporte me di cuenta de que no estaba cerrada con llave. Entré. Todo estaba ordenado, pero Irene no estaba. Empecé a pasear por la habitación, bastante inquieto por lo que hubiera sucedido. Me fijaba en todos los objetos que había a mí alrededor, intentando encontrar una pista. Pero todo se encontraba tal y como yo recordaba haberlo visto la última vez. Me agaché para mirar debajo de la cama, y entonces fué cuando vi algo sospechoso, había un libro, Lo cogí y empecé a hojearlo. Era una edición reciente de “Robinson Crusoe” de Daniel Defoe. Al llegar a la última página, Irene, porque reconocí su tipo de letra, había escrito: “Holmes, sálvame. Descubrí su secreto e intentarán deshacerse de mí. ¡Ya están aquí!”. Aquello parecía auténtico.

Decidí revisar la cerradura de la habitación y encontré lo que buscaba, unos ligeros roces que evidenciaron la convicción que yo tenía de que alguien había secuestrado a Irene. A juzgar por su nota ella había descubierto algún secreto de cierta persona, a la cual debían ayudar otro u otras, cosa que se deducía de la forma en que había utilizado los verbos en la nota que me había escrito. Decidí ir a hablar con Victor, ya que él debía de saber alguna cosa, o si no podía proporcionarme algún vestigio que poder seguir. Cuando llegué a su habitación estaba leyendo un tratado sobre la aplicación de logaritmos a las matemáticas, pero lo dejó a un lado al ver mi cara de preocupación:

—¿Que ocurre, Holmes? Te veo preocupado.
—Han secuestrado a Irene — le contesté.
—¡Eso es Imposible!
—Tristemente no —y seguidamente le expliqué todo lo que me había sucedido desde que salimos de clase de química— pero me propongo encontrarla. ¿La notaste extraña cuando la vistes por última vez?
—Bueno, estaba ligeramente preocupada. Pero como están próximas las vacaciones de navidad, pensé que estaría inquieta por los exámenes de fin de trimestre. Después de hacerle un par de preguntas más a Victor llegué a la conclusión de que no me proporcionaría ninguna nueva pista. Entonces fué cuando me acordé del novio de Irene, William Moriarty. Decidí visitarle pero en su habitación no había nadie. Le pregunté a un chico que había cerca y me dijo que William estaba en el gimnasio, entrenándose para la exhibición de esgrima que habría en navidad. Al llegar allí me encontré a un grupo de 20 ó 25 muchachos que miraban embelesados el combate de esgrima que había en la pista. Los contendientes eran desconocidos para mí, ya que no podía ver sus caras debido a las máscaras de protección. Pero yo era un gran experto en esgrima por lo que, después de mirar durante unos instantes, no me costó identificar cuál de los contendientes era William Moriarty. La lucha pronto acabó ya que William con una brillante estratagema, desarmó a su adversario y lo acorraló. Al quitarse la careta protectora me vió y se acercó hasta donde yo estaba:

—Vaya, vaya ¡El señor presuntuoso Holmes!
—William, quiero hablar contigo en privado. Ahora mismo.
—¡Oh! ¿Y si no me da la gana? —me contestó despóticamente.
—Irene Adler ha desaparecido, y si no me equivoco era tu novia
—¿Desde cuándo te interesan las mujeres? Irene es mía, y cómo te vea galantear con ella será un placer destrozarte la cara. ¿Y que es esa tontería de que ha desaparecido? Yo no tengo nada que ver con lo que haga y deje de hacer esa estúpida de Irene.

Esto último me irritó hasta el límite. Cerré mi puño y lo hundí con fuerza en su abdomen. Su cuerpo se inclinó hacia delante por lo inesperado del golpe, momento que aproveché para propinarle un puñetazo en la barbilla, que le hizo caer pesadamente al suelo:

—¡Como le haya pasado algo a Irene por tu culpa, juro por Dios que no descansaré hasta acabar contigo!
—Esto no quedará así, Holmes. —me dijo mientras un hilo de sangre empezó a caer de sus labios— mi padre es el profesor de matemáticas. Hablará para que te expulsen.

Esa tarde me convocó el profesor Moriarty para hablar conmigo. Al llegar me recibió sentado ante el escritorio de su habitación. Estaba, según dijo, muy contrariado por el suceso de esa mañana en el gimnasio. Había escuchado las explicaciones de su hijo, y aunque le dolía como padre el ataque que había sufrido, conocía el carácter de su hijo y decidió que lo mejor era olvidar el incidente.

Al salir de la habitación del profesor Moriarty lo vi todo claro. Su hijo estaba metido en el asunto, como me había demostrado por la mañana, hablando como lo hizo de mi querida Irene. Yo le ataqué de una manera que, conociendo las estrictas normativas del Christ Church College, significaría la inmediata expulsión, pero el profesor Moriarty lo deja todo en un simple suceso, cuando sería el primero en alegrarse de mi expulsión. Además estaba el hecho de que en la nota de Irene estuviera escrito que había descubierto “su secreto” (refiriéndose quizás al profesor Moriarty) y que “intentarán deshacerse de mi” (incluyendo a William Moriarty, ya que al ser su hijo era la única persona en la que podía confiar el profesor Moriarty). Y si los culpables hubiesen sido de fuera habrían llamado la atención, por lo que quedaba descartado. Además, Irene era nueva en la escuela, y aunque se hablaba con todos, sus amigos más íntimos éramos yo, Victor Trevor y su novio, por lo que el secreto al que se refería sólo podía referirse a los Moriarty. Decidí que esa noche seguiría los pasos del profesor. Me escondí en la habitación del material, y con la puerta entreabierta esperé a que saliera el profesor Moriarty. La espera fué larguísima, mientras escuchaba como un reloj cercano daba las horas, una detrás de otra. Mientras esperaba pensé en la hermosa Irene Adler. Era una muchacha encantadora, con un bonito cuerpo, y un sedoso cabello castaño claro. Sus ojos verdes eran alegres y su piel era tersa y suave. Decidí que como le hubieran hecho algo malo, no descansaría hasta castigar al culpable. En ese momento se abrió la puerta y salió el profesor Moriarty. Sin que nadie me hubiese visto, había sustraído una pistola del museo privado de la escuela, así como un florete del gimnasio, ya que el peligro no estaba excluido. Seguí a Moriarty hasta una pequeña choza que había en un bosque cercano al Christ Church. Yo me asomé por una ventana, sin que me vieran. Dentro estaban los dos Moriarty e Irene, atada y amordazada en una silla. Desde fuera escuché perfectamente la solución que Moriarty le daba a su hijo:

—Tu novia ha descubierto la organización criminal que estoy organizando, por lo que la mataremos y la enterraremos, sin que nadie se entere. —dijo sacando un enorme cuchillo del gabán.

Decidí actuar de inmediato si quería salvarla, Como la puerta de la choza era bastante vieja, la eché abajo de una patada. Al entrar, William se lanzó sobre mí, pero disparé sin apuntar. William cayó al suelo, inconsciente. No sabía si lo había matado, porque el padre me atacó con el cuchillo inmediatamente. La punta metálica me rozo la mano, lo que hizo que comenzara a sangrar. Cuando iba a contraatacar, le lancé una salvaje estocada con el florete, lo que hizo que el cuchillo saliera volando hasta introducirse en una grieta que había en el suelo de la vieja choza:

—El juego ha acabado, Moriarty —le dije.
—No, Holmes. —me contestó— Nos volveremos a ver.

Para sorpresa mía, se lanzó contra la ventana, y haciendo añicos el cristal desapareció en la oscuridad de la noche. No le seguí porque estaba más preocupado por Irene. La desaté;

—Gracias, Holmes. ¡Que miedo he pasado! Ese hombre estaba intentando formar una organización criminal, y cuando yo lo descubrí decidió asesinarme... ¡y su hijo estaba de acuerdo con el padre!

Salimos los dos juntos y nos dirigimos a la escuela. Una vez en la habitación de Irene le conté como había resuelto el caso. Y al acabar, querido lector, me agradeció que le hubiera salvado la vida como mejor lo agradece una mujer. Hicimos el amor. Al día siguiente, cuando la policía evaluó la situación, llegaron a la conclusión de que William Moriarty había sufrido un intento de asesinato por parte de una persona desconocida. Al poco tiempo fué trasladado a otro colegio. Su padre desapareció, y la organización criminal que ideó aún tardó más de diez años en acabarla. Irene, por orden de sus tutores, fué trasladada a otro centro escolar a la semana siguiente del caso de los Moriarty. La despedida fue triste. Nos dimos un beso de amor antes de que yo viera como se subía al tren que nos separaría hasta muchos años más tarde, en el caso que Watson tituló “Un escándalo en Bohemia” Jamás olvidaré aquella aventura juvenil, que me unió al gran amor de toda mi vida, así como al enemigo más acérrimo que tuve en mi carrera profesional. Fué una aventura que decidió una considerable parte de mi futura carrera como detective, pero aquel frió diciembre de 1872 lloré por primera vez en mi vida, ya que mi primer gran amor se alejaba en aquel tren hacia un lejano punto del horizonte.

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