En anteriores capítulos:
DIAL H FOR HERO (Capítulo 1)
DIAL H FOR HERO (Capítulo 2)
DIAL H FOR HERO (Capítulo 3)
PROLOGO 1
Wilson Fisk es un comerciante de especias neoyorquino... o al menos eso es lo que cree la mayoría de la gente. En verdad es el mayor jefe criminal de la ciudad. Y no es facil serlo, máxime cuando hablamos de la ciudad con mayor número de superhéroes, pero aunque él es un humano normal, sus casi 200 kilos de puro músculo le han ayudado en no pocas ocasiones, aunque también es verdad que la mayoría de veces han sido los demás quienes se han ensuciado las manos siguiendo sus órdenes. Después de todo él es el jefe.
Ahora eso puede cambiar, ya que tras seguirle la pista, ha llegado a sus manos un aparato que concede poderes al usuario. Se trata de un dial con las letras HERO que, al apretarlas, conceden habilidades de superhéroe.
Pero cuando está a punto de probarlo se apagan las luces durante un momento, una corriente de aire barre la habitación y una sonrisa femenina suena en el ambiente. Cuando la luz vuelve Wilson Fisk empieza a dar ordenes para recuperar el dial robado, pero nunca más volverá a tenerlo, aunque sorprendentemente tampoco parece que nadie lo use en la ciudad durante los siguientes meses, con lo cual otros problemas le hacen olvidarlo.
PROLOGO 2
Felicia Hardy, alias la Gata Negra, es una de las mejores ladronas de guante blanco de la ciudad, y aunque ahora sólo realiza fechorías para ayudar a obras de beneficencia (se rehabilitó del mal camino gracias a su querido Spiderman) no pudo resistirse cuando se enteró de que Kingpin tenía un objeto de gran valor y de dudosa procedencia. Y más cuando descubrió que el objeto en cuestión (ese aparato que tenía ahora en las manos) concede poderes al usuario.
Robarlo fue facil, pero como ella ya tenía sus propios poderes, decidió esconder el dial por si en el futuro lo necesitaba. Y que mejor sitio que en la Iglesia de San Patricio, donde ella había donado recientemente una fuerte suma de dinero para obras de caridad.
Y allí quedó escondido durante unos cuantos meses, hasta que...
DIAL H FOR HERO: ULTIMA LLAMADA
Jane Linde era una chica de 31 años, rubia y de aspecto frágil, aunque bastante guapa. De carácter amistoso, y siempre dispuesta a ayudar a los demás, nadie diría lo que había pasado y la decisión que acababa de tomar. Pero quizás pensando un poco más en la misma se metió en una cabina telefónica y marcó un número.
- Buenas noches, teléfono de la esperanza. ¿Quién es?
- Soy Jane.
- Hola Jane, yo soy Harry. Dime cual es el motivo de tu llamada.
- Me voy a suicidar.
Harry Bettany trabajaba en el teléfono de la esperanza como voluntario, y había escuchado de todo: malos tratos, violencia y también a suicidas. Intentaría convencer a esta:
- Jane, si has llamado aquí es porque tienes dudas de lo que vas a hacer. ¿Porqué no me explicas los motivos que te han llevado a esta situación?
- Tengo una vida de mierda que encima yo sola he destruido aún más, haciéndole daño a la gente que tengo a mi alrededor.
- Mucha gente antes que tú me ha dicho eso, Jane, y hay solución para todo. Yo quiero ayudarte si me dejas. Explícame que te pasó.
- Me llamo Jane Linde y tengo 31 años. Nací en el seno de una familia de clase media. Mi madre fue una trabajadora infatigable que siempre procuró darme todo lo que a ella le había faltado. Lamentablemente mi padre no fue igual. Fue un vago y un mujeriego, y cuando yo tenía 11 años nos dejó abandonadas a mi madre y a mí, fugándose con una de sus múltiples amantes. En los últimos 20 años lo he visto esporádicamente cuando ha tenido la desfachatez de venir a pedirme dinero.
- Hay mucha gente que ha tenido orígenes difíciles como tú, Jane.
- Ya me lo imagino, pero si todo fuera eso... En fin, proseguiré. Mi madre me pagó los estudios y conseguí sacarme la carrera de Derecho. Al acabar los estudios me puse a trabajar en un bufete propiedad de un tío mío. Lamentablemente las cosas me fueron mal, porque aparte de un sueldo miserable (al menos en proporción a lo que hacía) estuve encargada de toda la morralla que caía por allí. Los peores casos y los peores clientes eran para mí. En aquella época fue cuando conocí a August.
August fue mi prometido. Estuvimos a punto de casarnos después de salir como novios durante casi seis años. Pero me dejó. No sé por qué dejó de quererme, porque yo si lo quería, pero me dijo que no poco antes de la fecha de nuestro enlace. Aquello fue como una jarra de agua fría y caí en una depresión. Yo siempre he sido una persona que ha intentado ayudar a los demás, he intentado siempre dar lo mejor de mi misma, y lo único que he recibido han sido palos, por uno u otro lado.
En aquella depresión estuve durante varios meses, pero fue mi madre quien me ayudó a salir de ella. Pese a todo me costó mucho, y algunas veces pensaba que si Dios me había abandonado, porque con todo lo que me había pasado en la vida era como para dejar de ser creyente. Pero un día quise confesarme, ya que dicen que normalmente te deja bastante relajado si le cuentas tus problemas a alguien y no te los guardas dentro.
Me fui a la Iglesia de San Patricio. Actualmente no es de las más visitadas, aunque hacía pocos meses había recibido una donación anónima y la iban a reformar. Entré en la Iglesia y me dirigí al confesionario, pensando que cuando el cura (que en ese momento estaba dando misa) acabara, como me había visto, se dirigiría al confesionario para atenderme.
Al entrar en el pequeño recinto y cerrar la puerta, me quedé durante un breve instante a oscuras, hasta que mis ojos se acostumbraron a los pequeños hilillos de luz que entraban por el compartimiento lateral donde se pondría el párroco cuando acabara la misa. Cerré los ojos para relajarme y pensar que decirle al cura, cuando de repente un presentimiento me hizo mirar debajo del banco en el que estaba sentada.
No había nada. Pero yo notaba como si hubiera algo allí, una presencia extraña. Volví a mirar bien, pero sólo había el suelo de madera y nada más. Pero yo seguía con la misma sensación, allí había algo, así que me agaché y palpé por el suelo hasta que lo encontré. Una pequeña obertura entre tablones, que al presionar yo con dos dedos se abrió, revelando un pequeño agujero del tamaño de un paquete de tabaco. Metí la mano y saqué de dentro un aparato dorado.
- ¿Un aparato dorado? ¿Qué era? –preguntó interesado Harry al otro lado de la línea telefónica.
- Era un dial como el de los antiguos teléfonos, pero con las teclas HERO. Lo cogí, cerré el escondrijo donde lo había encontrado y salí rapidamente de la Iglesia. Aquel aparato era como si me hubiera llamado, lo llevé a casa y allí apreté por primera vez las teclas. ¿Y sabes qué? ¿Alguna vez has volado?
- ¿Te refieres a cuando te tomas alguna droga que te da la sensación de volar?
- No, yo nunca he tomado drogas. Me refiero a volar, a volar como los pájaros. Eso fue lo que me dio el dial, los poderes de una heroína como las que hay en esta ciudad. De repente me había transformado, mi cuerpo se había cubierto de unas mallas azules, y una máscara del mismo color cubría mi cara. Al principio me asusté, pero me di cuenta de que aquello tenía que significar lo que parecía, que me había convertido en una superheroina. Y al salir por la ventana lo comprobé, ya que volé.
No te llegas a imaginar lo agradable que es sentir tu cuerpo flotando sobre el aire, da una tremenda relajación. En ese momento fue cuando me percaté de los gritos, y es que mi oído también se había afinado poderosamente. Me lancé hacía el origen y me encontré a Bullseye (el famoso adversario de Daredevil) a punto de atacar a un hombre. Me lancé contra él y lo derribé:
- Vaya, vaya –me dijo- ¿y quien se supone que eres tú, payasa?
- Soy Ave Azul, mamarracho, y más te vale que dejes en paz a este hombre.
Bullseye me lanzó varios objetos, con bastante puntería, pero logré esquivarlos todos, lo cual le enfureció, pero cuando vio el escudo de fuerza que logré generar alrededor mío y de aquel hombre, desistió de su actitud y se fue:
- Nos volveremos a ver, pajarita, te lo aseguro.
¡Cuanta razón tenía en sus palabras! Pero no nos adelantemos. Tras aquello trabé amistad con aquel hombre. Se llamaba Cesare Rosi, y era inmigrante italiano. Bullseye lo estaba acosando por una deuda que tenía pendiente con ciertos sectores no muy amistosos de la ciudad con los que se había relacionado cuando intentó que su negocio siguiera adelante. Mi error ha sido siempre apiadarme de todo el mundo, y aunque Cesare tenía 12 años más que yo, una cosa llevó a la otra y al final le conté quien era y nos enamoramos (o al menos yo me enamoré de él, supongo que el sentimiento era recíproco, ya que él estaba separado y tenía dos hijos de 10 y 13 años de su matrimonio).
A mi madre no le conté lo del dial, pero cuando se enteró de mi relación con Cesare me dijo que no la aprobaba, que era un hombre demasiado mayor para mí y que a ver si me iba a manejar. Le insistí que no, pero desde entonces decidí no mezclarlos a los dos, al menos de momento.
Y te estarás preguntado que pasó con el dial. Bueno, lo seguí usando. El sentimiento era increíble, porque podía hacer lo que quisiera, y esos poderes me permitían ayudar más allá de lo que nunca había soñado a la gente que me rodeaba. Durante las noches reparaba roturas, construía casas, repartía víveres, llevaba a los enfermos a los hospitales, apagaba incendios, rescataba a perdidos. Ayudé cuanto pude, pero me daba la sensación de que me faltaba algo.
Ese algo era mi propia familia. ¿Porqué no intentar volver a juntarlos? Decidí convocar en la Iglesia de San Patricio a mi madre, a mi padre y a Cesare y contarles a todos la verdad (bueno, a Cesare no hacía falta, porque ya la sabía). Si con mis actuales poderes podía ayudar a mis semejantes, ¿qué perdía por intentar ayudarme a mi misma y a los míos? Lo que yo no sabía era que Bullseye había seguido vigilando a Cesare, aún cuando no había podido cumplir el encargo para el que lo habían contratado, porque quería volver a enfrentarse conmigo.
Llegué a la Iglesia de San Patricio y me encontré a mi padre en el suelo, muerto. Bullseye le había lanzado una pequeña navaja que se le había clavado en el cuello, desangrándolo:
- ¡Dios mío, papá, no!
- Hola pajarita, te dije que nos volveríamos a ver. Me imagino que ese no es tu aspecto, o sea que más te vale que te transformes.
- No puedo transformarme otra vez en Ave Azul, cada vez soy una superheroina diferente.
- Cambia ya o lo mato también a él.
Entonces fue cuando me di cuenta de que Cesare estaba tirado frente a una columna:
- Aún está vivo, aunque desmayado después de que le haya dejado inútil el brazo hasta el fin de sus días.
- ¿Y mi madre?
- Esa lamentablemente aún no ha llegado. Espero que lo haga pronto para unirse a la fiesta.
Ante aquel comentario despectivo, saqué el dial y apreté las teclas. Me transformé en una especie de mujer soldado con armadura multicolor. Bullseye se mostró sorprendido aunque me atacó, pero era tal el odio que llevaba dentro que enseguida supe cuales eran los poderes que tenía en aquella ocasión: rayos aturdidores de colores que salían de mis dedos. Era la Guerrera Arco Iris. Pronto dejé sin conocimiento a Bullseye con uno de los rayos, aunque para mí era igual si estaba muerto.
Mi padre había fallecido. No había sido la mejor persona del mundo, pero ahora lo había perdido para siempre. Y si con eso no bastaba, encima Cesare había quedado imposibilitado de su brazo derecho para el resto de su vida, ya que Bullseye le había roto los nervios psicomotores que controlaban el movimiento del brazo, de tal manera que los médicos dijeron que no había tratamiento ni rehabilitación posible.
Por eso estoy aquí y por eso te estoy contando esto, Harry, porque no soporto la vida que he tenido con tantas penurias, y que cuando por fin me sale algo bien en este mundo, cuando por fin consigo yo ayudar a los demás como a mí me gusta, hasta eso se vuelva en mi contra, arrebatándome a mi padre y haciéndole daño a mi familia.
- Jane, tu historia es muy triste, pero tienes que sobreponerte. La vida es dura para todos, para algunos más y para otros menos, pero piensa en todo el bien que has hecho mientras tenias esos poderes.
- Pero ya no los tengo ni los quiero. Antes de llamarte he lanzado el dial desde el puente sobre un camión que iba por el carril de debajo y que no sé hacia donde se dirigía, ni para el caso me importa lo más mínimo.
- Jane, piensa en tu madre. Ella te quiere, tu misma has dicho que te ayudó a seguir adelante, apoyándote siempre que hacia falta. Además, en el mundo seguro que hay gente que te quiere y que te necesita. Tu camino en la vida está en tus manos, pero piensa en las personas que dejas.
- Te tengo que dejar Harry, se me acaban las monedas.
- ¡Jane, espera, dime como mínimo que no harás ninguna tontería!
- Tranquilo Harry. Me costó tomar la decisión, pero lo único que quería cuando te llamé es escuchar todo eso que me has dicho de boca de otra persona. Muchas gracias y tranquilo.
Colgó, y pese a sus últimas palabras, Harry se sintió preocupado. Decidió buscar por internet la dirección de Jane Linde. La encontró, y cuando ese día terminó su turno en el teléfono, se fue a casa de Jane. Picó al timbre sin respuesta. Se sintió asustado, pensando que quizás al final Jane si se había suicidado, cuando una chica rubia le abrió la puerta:
- ¿Si?
- ¿Jane?
- Sí
- Soy Harry, hemos hablado hace unas horas. Perdona que te moleste, pero tenía miedo de que hubieses cambiado de idea.
Jane lo abrazó y le dio un beso en la mejilla:
- Fue duro, pero tus palabras me reafirmaron en que era mejor continuar.
Jane y Harry se hicieron amigos, y él la llevó a ella a trabajar en sus ratos libres al teléfono de la esperanza, donde ella misma pudo ayudar a mucha gente en apuros. Al poco tiempo ella encontró además un trabajo en unas oficinas de Central Park que le dio una nueva ilusión para seguir adelante.
EPILOGO
El dial había caído sobre el techo de un camión de transporte, y allí permaneció durante bastantes kilómetros, pero en un momento dado un tramo de carretera con bastantes curvas hizo resbalar al dial y que se cayera por un acantilado hasta la arena de una playa cercana. Una playa donde solía ir gente a pasear...
DIAL H FOR HERO (Capítulo 1)
DIAL H FOR HERO (Capítulo 2)
DIAL H FOR HERO (Capítulo 3)
PROLOGO 1
Wilson Fisk es un comerciante de especias neoyorquino... o al menos eso es lo que cree la mayoría de la gente. En verdad es el mayor jefe criminal de la ciudad. Y no es facil serlo, máxime cuando hablamos de la ciudad con mayor número de superhéroes, pero aunque él es un humano normal, sus casi 200 kilos de puro músculo le han ayudado en no pocas ocasiones, aunque también es verdad que la mayoría de veces han sido los demás quienes se han ensuciado las manos siguiendo sus órdenes. Después de todo él es el jefe.
Ahora eso puede cambiar, ya que tras seguirle la pista, ha llegado a sus manos un aparato que concede poderes al usuario. Se trata de un dial con las letras HERO que, al apretarlas, conceden habilidades de superhéroe.
Pero cuando está a punto de probarlo se apagan las luces durante un momento, una corriente de aire barre la habitación y una sonrisa femenina suena en el ambiente. Cuando la luz vuelve Wilson Fisk empieza a dar ordenes para recuperar el dial robado, pero nunca más volverá a tenerlo, aunque sorprendentemente tampoco parece que nadie lo use en la ciudad durante los siguientes meses, con lo cual otros problemas le hacen olvidarlo.
PROLOGO 2
Felicia Hardy, alias la Gata Negra, es una de las mejores ladronas de guante blanco de la ciudad, y aunque ahora sólo realiza fechorías para ayudar a obras de beneficencia (se rehabilitó del mal camino gracias a su querido Spiderman) no pudo resistirse cuando se enteró de que Kingpin tenía un objeto de gran valor y de dudosa procedencia. Y más cuando descubrió que el objeto en cuestión (ese aparato que tenía ahora en las manos) concede poderes al usuario.
Robarlo fue facil, pero como ella ya tenía sus propios poderes, decidió esconder el dial por si en el futuro lo necesitaba. Y que mejor sitio que en la Iglesia de San Patricio, donde ella había donado recientemente una fuerte suma de dinero para obras de caridad.
Y allí quedó escondido durante unos cuantos meses, hasta que...
DIAL H FOR HERO: ULTIMA LLAMADA
Jane Linde era una chica de 31 años, rubia y de aspecto frágil, aunque bastante guapa. De carácter amistoso, y siempre dispuesta a ayudar a los demás, nadie diría lo que había pasado y la decisión que acababa de tomar. Pero quizás pensando un poco más en la misma se metió en una cabina telefónica y marcó un número.
- Buenas noches, teléfono de la esperanza. ¿Quién es?
- Soy Jane.
- Hola Jane, yo soy Harry. Dime cual es el motivo de tu llamada.
- Me voy a suicidar.
Harry Bettany trabajaba en el teléfono de la esperanza como voluntario, y había escuchado de todo: malos tratos, violencia y también a suicidas. Intentaría convencer a esta:
- Jane, si has llamado aquí es porque tienes dudas de lo que vas a hacer. ¿Porqué no me explicas los motivos que te han llevado a esta situación?
- Tengo una vida de mierda que encima yo sola he destruido aún más, haciéndole daño a la gente que tengo a mi alrededor.
- Mucha gente antes que tú me ha dicho eso, Jane, y hay solución para todo. Yo quiero ayudarte si me dejas. Explícame que te pasó.
- Me llamo Jane Linde y tengo 31 años. Nací en el seno de una familia de clase media. Mi madre fue una trabajadora infatigable que siempre procuró darme todo lo que a ella le había faltado. Lamentablemente mi padre no fue igual. Fue un vago y un mujeriego, y cuando yo tenía 11 años nos dejó abandonadas a mi madre y a mí, fugándose con una de sus múltiples amantes. En los últimos 20 años lo he visto esporádicamente cuando ha tenido la desfachatez de venir a pedirme dinero.
- Hay mucha gente que ha tenido orígenes difíciles como tú, Jane.
- Ya me lo imagino, pero si todo fuera eso... En fin, proseguiré. Mi madre me pagó los estudios y conseguí sacarme la carrera de Derecho. Al acabar los estudios me puse a trabajar en un bufete propiedad de un tío mío. Lamentablemente las cosas me fueron mal, porque aparte de un sueldo miserable (al menos en proporción a lo que hacía) estuve encargada de toda la morralla que caía por allí. Los peores casos y los peores clientes eran para mí. En aquella época fue cuando conocí a August.
August fue mi prometido. Estuvimos a punto de casarnos después de salir como novios durante casi seis años. Pero me dejó. No sé por qué dejó de quererme, porque yo si lo quería, pero me dijo que no poco antes de la fecha de nuestro enlace. Aquello fue como una jarra de agua fría y caí en una depresión. Yo siempre he sido una persona que ha intentado ayudar a los demás, he intentado siempre dar lo mejor de mi misma, y lo único que he recibido han sido palos, por uno u otro lado.
En aquella depresión estuve durante varios meses, pero fue mi madre quien me ayudó a salir de ella. Pese a todo me costó mucho, y algunas veces pensaba que si Dios me había abandonado, porque con todo lo que me había pasado en la vida era como para dejar de ser creyente. Pero un día quise confesarme, ya que dicen que normalmente te deja bastante relajado si le cuentas tus problemas a alguien y no te los guardas dentro.
Me fui a la Iglesia de San Patricio. Actualmente no es de las más visitadas, aunque hacía pocos meses había recibido una donación anónima y la iban a reformar. Entré en la Iglesia y me dirigí al confesionario, pensando que cuando el cura (que en ese momento estaba dando misa) acabara, como me había visto, se dirigiría al confesionario para atenderme.
Al entrar en el pequeño recinto y cerrar la puerta, me quedé durante un breve instante a oscuras, hasta que mis ojos se acostumbraron a los pequeños hilillos de luz que entraban por el compartimiento lateral donde se pondría el párroco cuando acabara la misa. Cerré los ojos para relajarme y pensar que decirle al cura, cuando de repente un presentimiento me hizo mirar debajo del banco en el que estaba sentada.
No había nada. Pero yo notaba como si hubiera algo allí, una presencia extraña. Volví a mirar bien, pero sólo había el suelo de madera y nada más. Pero yo seguía con la misma sensación, allí había algo, así que me agaché y palpé por el suelo hasta que lo encontré. Una pequeña obertura entre tablones, que al presionar yo con dos dedos se abrió, revelando un pequeño agujero del tamaño de un paquete de tabaco. Metí la mano y saqué de dentro un aparato dorado.
- ¿Un aparato dorado? ¿Qué era? –preguntó interesado Harry al otro lado de la línea telefónica.
- Era un dial como el de los antiguos teléfonos, pero con las teclas HERO. Lo cogí, cerré el escondrijo donde lo había encontrado y salí rapidamente de la Iglesia. Aquel aparato era como si me hubiera llamado, lo llevé a casa y allí apreté por primera vez las teclas. ¿Y sabes qué? ¿Alguna vez has volado?
- ¿Te refieres a cuando te tomas alguna droga que te da la sensación de volar?
- No, yo nunca he tomado drogas. Me refiero a volar, a volar como los pájaros. Eso fue lo que me dio el dial, los poderes de una heroína como las que hay en esta ciudad. De repente me había transformado, mi cuerpo se había cubierto de unas mallas azules, y una máscara del mismo color cubría mi cara. Al principio me asusté, pero me di cuenta de que aquello tenía que significar lo que parecía, que me había convertido en una superheroina. Y al salir por la ventana lo comprobé, ya que volé.
No te llegas a imaginar lo agradable que es sentir tu cuerpo flotando sobre el aire, da una tremenda relajación. En ese momento fue cuando me percaté de los gritos, y es que mi oído también se había afinado poderosamente. Me lancé hacía el origen y me encontré a Bullseye (el famoso adversario de Daredevil) a punto de atacar a un hombre. Me lancé contra él y lo derribé:
- Vaya, vaya –me dijo- ¿y quien se supone que eres tú, payasa?
- Soy Ave Azul, mamarracho, y más te vale que dejes en paz a este hombre.
Bullseye me lanzó varios objetos, con bastante puntería, pero logré esquivarlos todos, lo cual le enfureció, pero cuando vio el escudo de fuerza que logré generar alrededor mío y de aquel hombre, desistió de su actitud y se fue:
- Nos volveremos a ver, pajarita, te lo aseguro.
¡Cuanta razón tenía en sus palabras! Pero no nos adelantemos. Tras aquello trabé amistad con aquel hombre. Se llamaba Cesare Rosi, y era inmigrante italiano. Bullseye lo estaba acosando por una deuda que tenía pendiente con ciertos sectores no muy amistosos de la ciudad con los que se había relacionado cuando intentó que su negocio siguiera adelante. Mi error ha sido siempre apiadarme de todo el mundo, y aunque Cesare tenía 12 años más que yo, una cosa llevó a la otra y al final le conté quien era y nos enamoramos (o al menos yo me enamoré de él, supongo que el sentimiento era recíproco, ya que él estaba separado y tenía dos hijos de 10 y 13 años de su matrimonio).
A mi madre no le conté lo del dial, pero cuando se enteró de mi relación con Cesare me dijo que no la aprobaba, que era un hombre demasiado mayor para mí y que a ver si me iba a manejar. Le insistí que no, pero desde entonces decidí no mezclarlos a los dos, al menos de momento.
Y te estarás preguntado que pasó con el dial. Bueno, lo seguí usando. El sentimiento era increíble, porque podía hacer lo que quisiera, y esos poderes me permitían ayudar más allá de lo que nunca había soñado a la gente que me rodeaba. Durante las noches reparaba roturas, construía casas, repartía víveres, llevaba a los enfermos a los hospitales, apagaba incendios, rescataba a perdidos. Ayudé cuanto pude, pero me daba la sensación de que me faltaba algo.
Ese algo era mi propia familia. ¿Porqué no intentar volver a juntarlos? Decidí convocar en la Iglesia de San Patricio a mi madre, a mi padre y a Cesare y contarles a todos la verdad (bueno, a Cesare no hacía falta, porque ya la sabía). Si con mis actuales poderes podía ayudar a mis semejantes, ¿qué perdía por intentar ayudarme a mi misma y a los míos? Lo que yo no sabía era que Bullseye había seguido vigilando a Cesare, aún cuando no había podido cumplir el encargo para el que lo habían contratado, porque quería volver a enfrentarse conmigo.
Llegué a la Iglesia de San Patricio y me encontré a mi padre en el suelo, muerto. Bullseye le había lanzado una pequeña navaja que se le había clavado en el cuello, desangrándolo:
- ¡Dios mío, papá, no!
- Hola pajarita, te dije que nos volveríamos a ver. Me imagino que ese no es tu aspecto, o sea que más te vale que te transformes.
- No puedo transformarme otra vez en Ave Azul, cada vez soy una superheroina diferente.
- Cambia ya o lo mato también a él.
Entonces fue cuando me di cuenta de que Cesare estaba tirado frente a una columna:
- Aún está vivo, aunque desmayado después de que le haya dejado inútil el brazo hasta el fin de sus días.
- ¿Y mi madre?
- Esa lamentablemente aún no ha llegado. Espero que lo haga pronto para unirse a la fiesta.
Ante aquel comentario despectivo, saqué el dial y apreté las teclas. Me transformé en una especie de mujer soldado con armadura multicolor. Bullseye se mostró sorprendido aunque me atacó, pero era tal el odio que llevaba dentro que enseguida supe cuales eran los poderes que tenía en aquella ocasión: rayos aturdidores de colores que salían de mis dedos. Era la Guerrera Arco Iris. Pronto dejé sin conocimiento a Bullseye con uno de los rayos, aunque para mí era igual si estaba muerto.
Mi padre había fallecido. No había sido la mejor persona del mundo, pero ahora lo había perdido para siempre. Y si con eso no bastaba, encima Cesare había quedado imposibilitado de su brazo derecho para el resto de su vida, ya que Bullseye le había roto los nervios psicomotores que controlaban el movimiento del brazo, de tal manera que los médicos dijeron que no había tratamiento ni rehabilitación posible.
Por eso estoy aquí y por eso te estoy contando esto, Harry, porque no soporto la vida que he tenido con tantas penurias, y que cuando por fin me sale algo bien en este mundo, cuando por fin consigo yo ayudar a los demás como a mí me gusta, hasta eso se vuelva en mi contra, arrebatándome a mi padre y haciéndole daño a mi familia.
- Jane, tu historia es muy triste, pero tienes que sobreponerte. La vida es dura para todos, para algunos más y para otros menos, pero piensa en todo el bien que has hecho mientras tenias esos poderes.
- Pero ya no los tengo ni los quiero. Antes de llamarte he lanzado el dial desde el puente sobre un camión que iba por el carril de debajo y que no sé hacia donde se dirigía, ni para el caso me importa lo más mínimo.
- Jane, piensa en tu madre. Ella te quiere, tu misma has dicho que te ayudó a seguir adelante, apoyándote siempre que hacia falta. Además, en el mundo seguro que hay gente que te quiere y que te necesita. Tu camino en la vida está en tus manos, pero piensa en las personas que dejas.
- Te tengo que dejar Harry, se me acaban las monedas.
- ¡Jane, espera, dime como mínimo que no harás ninguna tontería!
- Tranquilo Harry. Me costó tomar la decisión, pero lo único que quería cuando te llamé es escuchar todo eso que me has dicho de boca de otra persona. Muchas gracias y tranquilo.
Colgó, y pese a sus últimas palabras, Harry se sintió preocupado. Decidió buscar por internet la dirección de Jane Linde. La encontró, y cuando ese día terminó su turno en el teléfono, se fue a casa de Jane. Picó al timbre sin respuesta. Se sintió asustado, pensando que quizás al final Jane si se había suicidado, cuando una chica rubia le abrió la puerta:
- ¿Si?
- ¿Jane?
- Sí
- Soy Harry, hemos hablado hace unas horas. Perdona que te moleste, pero tenía miedo de que hubieses cambiado de idea.
Jane lo abrazó y le dio un beso en la mejilla:
- Fue duro, pero tus palabras me reafirmaron en que era mejor continuar.
Jane y Harry se hicieron amigos, y él la llevó a ella a trabajar en sus ratos libres al teléfono de la esperanza, donde ella misma pudo ayudar a mucha gente en apuros. Al poco tiempo ella encontró además un trabajo en unas oficinas de Central Park que le dio una nueva ilusión para seguir adelante.
EPILOGO
El dial había caído sobre el techo de un camión de transporte, y allí permaneció durante bastantes kilómetros, pero en un momento dado un tramo de carretera con bastantes curvas hizo resbalar al dial y que se cayera por un acantilado hasta la arena de una playa cercana. Una playa donde solía ir gente a pasear...