A continuación teneis un relato mio escrito en 1994 para un concurso literario (que no gané) y en donde bajo el seudónimo de
Alan Grant (el personaje al que encarnaba
Sam Neill en
Parque Jurásico) escribí un relato donde me anticipaba al morbo de los reality-shows con ciertos toques a medio camino entre las películas
Asesinato por Decreto y
Regreso al futuro 2. Al igual
que el relato previo, tan solo vió la luz en el boletín de la asociación, por lo que gracias de nuevo al amigo que me ha permitido compartir esto con todos vosotros: bajo el banner teneis la historia.
Una vez más me pongo yo a dejar constancia escrita de un hecho increíble que me sucedió en mi carrera como detective. Tú, querido lector, que soportaste tantas veces las embellecidas historias que sobre mi escribía el doctor Watson, vas a tener conocimiento de mi aventura más fantástica.
Todo comenzó en 1888. No es necesario dar detalles porque todo el mundo conoce los sanguinarios crímenes de Jack el destripador. Lestrade me pidió ayuda y yo comencé a investigar. Mucha gente me ha preguntado porque Watson nunca explicó es te caso, ya que todos tienen en cuenta que el gran Sherlock Holmes tuvo que haber desenmascarado al sanguinario Jack. Así fue, sin duda, pero explicar este caso significa relatar un relato ilógico. Mis investigaciones me llevaron el viernes 9 de noviembre al 26 de Dorset Street, en el distrito de Whitechapel. Seguí al destripador hasta allí, pero lamentablemente no pude evitar el brutal degollamiento de la inquilina de esa casa, la prostituta Mary Jane Kelly. Al entrar yo, ella estaba muerta, y Jack estaba a su lado, abriéndole aún más las entrañas con su cuchillo.
Y aquí comienza lo extraordinario. Al lanzarme sobre él nos envolvió a ambos una luz blanca de gran intensidad que me cegó. Cuando pude abrir los ojos tenía frente a mí a Jack. Él también estaba aturdido, porque ahora estábamos en la calle. Pero ésta era larga y de color negro, y estaba flanqueada a ambos lados por inmensos edificios. Por el cielo se veían unas extrañas máquinas que estaban suspendidas en el aíre y que se desplazaban a través de él. De repente se acercaron a nosotros unos individuos que se desplazaban por el aire con unas extrañas tablas que llevaban en los pies, llamadas “aeropatines”, según me dijo más tarde. Jack echó a correr y desapareció tras una esquina. Nadie le siguió. Yo me quedé, y uno de los individuos que montaban en los aeropatines me dijo:
—Bienvenido al año 2888, señor Holmes. Actualmente estamos celebrando el primer milenio desde los crímenes de Jack el destripador, y nos pareció buena idea traerlo a él y a usted a nuestra época.
—¡Esto es imposible! ¿Qué pretenden?
—Atienda bien, porque se lo voy a decir sólo una vez. Queremos que cace al destripador en este año, Le vamos a dar los medios para conseguirlo. Cuando lo cace ha de matarlo.
—Es un criminal y ha de ser juzgado — le dije
—¡No! —me contestó—, ¡Es un sádico y ha de morir! Cuando muera, usted volveré a su época. Mientras tanto permanecerá aquí. Y no se confíe, para Jack las cosas están igual que para usted. El que quede vivo volverá. Tenga, un par de utensilios.
Me entregó un anillo dorado. Me explicó que era mutagénico, es decir, que se transformaría en cualquier arma que mi mente deseara. Lo probé, pensando en un cuchillo. Apareció uno en mi mano. Pensé en un aeropatín y funcionó. Perdí un poco el equilibrio y al alzarme me encontré solo en aquella calle futurista. Como no tenía otra opción empecé a familiarizarme con aquellos extraños artilugios, mientras iba en pos del destripador.
Las pistas para llegar hasta Jack enseguida estuvieron claras para mí. Él era un individuo con un retraso mental que le había mermado las facultades, hasta el punto de realizar las salvajes atrocidades de las que hacía objeto a las prostitutas, por lo que el hecho de verse extraído de su mundo para aparecer en donde estábamos él y yo ahora probablemente lo habría trastornado al máximo. Yo también estaba atento y alerta, me convencía a mí mismo de que esto debía de ser una pesadilla extraordinaria. Pero sabía que de ella no saldría hasta cumplir el cometido que me habían ordenado los individuos de los aeropatines.
A través de aquel laberinto de calles (ya que todas eran idénticas) pronto encontré un cadáver descuartizado. Jack le había cortado los brazos y las piernas a una mujer, intercambiándolos del lugar natural que le corresponde a cada parte.
En ese momento me percaté de que no había nadie cerca Tampoco había nadie asomado por la ventana. Nadie paseaba. No se oía ningún ruido. Aquello estaba muerto. Sonó un grito desde la calle de mi izquierda. Hice aparecer el aeropatín y me deslicé hasta el lugar de dónde provenía.
El individuo del aeropatín que me había hablado hacía un rato yacía muerto. Jack le había sacado los ojos y le había cortado los genitales, introduciéndolo todo en su boca. Después le había descuartizado, depositando sus entrañas sobre el hombro derecho.
—Esto es lo que quieren.
Me giré y encontré a Jack frente a mí. Manchas de sangre de sus víctimas cubrían su escalpelo y sus ropas.
—¿Que has dicho? —le pregunté.
—Esto es lo que quieren, Holmes. Les gusta el morbo de presenciar crímenes, de sentir que corren peligro. Les gusta ver las depravaciones que es capaz de hacer un psicópata como yo. Quieren sentir el lado maligno de la vida. Unos aprenderán, otros lo odiarán, pero todos lo admitirán —me contestó.
Sus palabras me cayeron como plomo. Tenía razón, no importábamos ni Jack ni yo, lo único que querían era jugar con nosotros para ver la que ellos querían ver muerte. Pero no podíamos escapar.
De repente empezaron a explotar todas las viviendas de los edificios. Los cascotes caían sobre nosotros mientras corríamos hacia un destino desconocido Conseguimos refugiarnos en un sótano, pero enseguida comprendimos nuestro error cuando un edificio se derrumbó, dejándonos atrapados.
—Tenemos que salir de aquí. ¿Tienes alguna idea, Jack? — le pregunté,
—Antes de degollar a ese bastardo le quité esto — y me lanzó una pequeña máquina que atrapé al vuelo. Aquel pequeño objeto tenía varios botones, de los cuales había uno apretado bajo el cual se podía leer: “Destrucción Total”.
—Tenías razón, Jack. Están tan obsesionados por ver muerte que tu última víctima, que seguramente debe de ser el dirigente de este lugar, construyó una bomba que accionada por control remoto lo destruiría todo cuando muriera, como así ha ocurrido.
—¡Pero morirá mucha gente inocente! —dijo Jack. Me sorprendió dicho comentario, y más teniendo en cuenta que venía del asesino más famoso de la historia, pero le contesté:
—Esta ciudad estaba casi vacía y eso es porque, seguramente, se han ido todos o han caído asesinados. Por eso nos han traído al 2888, están tan cegados de maldad que quieren volver a empezar desde el comienzo... o sea, desde nosotros.
—Cierto, Holmes. Yo represento la maldad más antigua que conocen. Pero les daré lo que se merecen, usted váyase, en ese aparato hay un botón que pone “viaje temporal”. Pienso que funcionará. Lo hubiera usado, pero un canalla como yo no merece seguir viviendo.
—Vuelva conmigo, Jack. Le ayudaré con la justicia.
—No, yo soy la justicia Cuando usted se vaya apretaré este botón —se sacó una bomba del gabán y me señaló el botón al que se refería— y borraré al hombre de la faz de la Tierra con esta bomba que les he robado.
Sin darme cuenta había apretado el botón de “viaje temporal” y todo se volvió blanco a mí alrededor. Cuando volví a abrir los ajos estaba en mi salón de Baker Street. Encima de la mesa me esperaba el típico desayuno de la Sra. Hudson y el periódico de ese día, sábado 10 de noviembre de 1888. En ese momento entró Watson.
—¡Vaya, Holmes! ¿Ha visto el periódico? ¡El Destripador ha vuelto a actuar! ¿Cuándo le pararán los pies a ese salvaje?
—Querido Watson, si le soy sincero creo que el destripador ha desaparecido para siempre.
Y ese pensamiento aún lo mantengo. Lo único que deseo es que la humanidad no acabe como yo la vi: egoísta, maligna, destructiva y deseosa de ver sangre y muerte. De Jack el Destripador no se volvió a saber nada. No sé si apretó o no el botón de aquella bomba y exterminó a la humanidad. Lo único que sé, es que todo esto no fué un sueño, porque aún llevo el anillo mutagénico que me dió el individuo del aeropatín.